martes, 28 de mayo de 2013

El vestíbulo


                      El vestíbulo                                       15-3-2013

 

La casa de estilo modernista rezumaba musgo por entre las grietas

de sus muros. La puerta principal de nogal de dos hojas, los

llamadores y los pomos, decorados con cabecitas de león  en bronce,

abrían hacia dentro, enseñando el gran vestíbulo pintado en color

berenjena rosada. Una gran alfombra persa cubría el suelo, a la

derecha la escalera de hierro forjado con motivos florales, al frente

un espejo de dos por dos metros algo picado por el paso del tiempo,

obligaba a que todo el que entrara fuera visto desde la puerta del

pasillo situada a la izquierda. Junto al espejo un cortinaje de cretona

floreado, disimulaba la puerta de la  extensa habitación utilizada de

despacho y punto de reunión de los hombres.

La luz a través de las vidrieras entraba muy opaca, el día era

tremendamente gris, más a aquellas horas de la tarde. La sirvienta

abrió la puerta,- que desea, preguntó al desconocido, un hombre de

unos cincuenta años, bigote y barba bien cuidada, el cabello pelirrojo

y abundante desprendía un mechón en la frente, no aparentaba lujo;

pero bien vestido.

-El señor se encuentra? –soy Francisco Buendia Lesseps y desearía

saludarlo, si es posible. La sirvienta cruzó el vestíbulo y llamando a la

puerta del despacho, avisó al señor Bartolomé Calia Sampietro de lo

acontecido.

Una vez hecha la presentación satisfactoriamente, Calia Sampietro

invitó al recién llegado a entrar en el despacho. Allí departieron sobre

la casa y su anterior propietario, desaparecido hacía quince años,

de manera inesperada.

-Me alegro de que usted Francisco tuviera relación con su anterior

propietario y pueda explicarme algo de él. Compré la casa cuando

salió en subasta pública hace tres años. ¡Ya ve! no he modificado

nada.

Francisco asintió comentando anécdotas de su infancia en las que

pasaba algunas temporadas en la finca con sus padres, muy amigos

del anterior propietario y su esposa, una mujer joven y bellísima

que no tuvo hijos. 

Celia Sampietro engrescado, le pidió que se quedara aquella noche y así

seguir con los relatos al día siguiente.

Buendía asintió.

A la mañana siguiente, la doncella llamó a la puerta del invitado, pero

este no se encontraba en el dormitorio, ni en ningún otro lugar de la

casa, extrañada dio parte al amo de lo acontecido.

Buendía Sampietro no vio que faltara nada y no consideró necesario

denunciarlo a las autoridades.

Dos días más tarde, la asistenta al limpiar la alfombra entre los flecos

de esta, vio horrorizada un trozo de dedo momificado.

En este momento el miedo empezó a hacer huella entre el personal

de servicio. Para cuando llegó la policía ya había una serie de

especulaciones...

Podría haber sido una broma macabra del visitante de hacía unos

días, o podría haberlo traído algún perro de la vecindad, aunque la

casa más próxima quedada a tres kilómetros. Sólo el espejo era el

testigo mudo de lo allí acontecido.

                                                                            Puri

 

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