El vestíbulo
15-3-2013
La casa de estilo
modernista rezumaba musgo por entre las grietas
de sus muros. La
puerta principal de nogal de dos hojas, los
llamadores y los
pomos, decorados con cabecitas de león
en bronce,
abrían hacia
dentro, enseñando el gran vestíbulo pintado en color
berenjena rosada.
Una gran alfombra persa cubría el suelo, a la
derecha la escalera
de hierro forjado con motivos florales, al frente
un espejo de dos
por dos metros algo picado por el paso del tiempo,
obligaba a que todo
el que entrara fuera visto desde la puerta del
pasillo situada a
la izquierda. Junto al espejo un cortinaje de cretona
floreado,
disimulaba la puerta de la extensa
habitación utilizada de
despacho y punto de
reunión de los hombres.
La luz a través de
las vidrieras entraba muy opaca, el día era
tremendamente gris,
más a aquellas horas de la tarde. La sirvienta
abrió la puerta,-
que desea, preguntó al desconocido, un hombre de
unos cincuenta
años, bigote y barba bien cuidada, el cabello pelirrojo
y abundante
desprendía un mechón en la frente, no aparentaba lujo;
pero bien vestido.
-El señor se
encuentra? –soy Francisco Buendia Lesseps y desearía
saludarlo, si es
posible. La sirvienta cruzó el vestíbulo y llamando a la
puerta del
despacho, avisó al señor Bartolomé Calia Sampietro de lo
acontecido.
acontecido.
Una vez hecha la
presentación satisfactoriamente, Calia Sampietro
invitó al recién
llegado a entrar en el despacho. Allí departieron sobre
la casa y su
anterior propietario, desaparecido hacía quince años,
de manera
inesperada.
-Me alegro de que
usted Francisco tuviera relación con su anterior
propietario y pueda
explicarme algo de él. Compré la casa cuando
salió en subasta
pública hace tres años. ¡Ya ve! no he modificado
nada.
Francisco asintió
comentando anécdotas de su infancia en las que
pasaba algunas
temporadas en la finca con sus padres, muy amigos
del anterior
propietario y su esposa, una mujer joven y bellísima
que no tuvo
hijos.
Celia Sampietro
engrescado, le pidió que se quedara aquella noche y así
seguir con los
relatos al día siguiente.
Buendía asintió.
A la mañana
siguiente, la doncella llamó a la puerta del invitado, pero
este no se
encontraba en el dormitorio, ni en ningún otro lugar de la
casa, extrañada dio
parte al amo de lo acontecido.
Buendía Sampietro
no vio que faltara nada y no consideró necesario
denunciarlo a las
autoridades.
Dos días más tarde,
la asistenta al limpiar la alfombra entre los flecos
de esta, vio
horrorizada un trozo de dedo momificado.
En este momento el
miedo empezó a hacer huella entre el personal
de servicio. Para
cuando llegó la policía ya había una serie de
especulaciones...
Podría haber sido
una broma macabra del visitante de hacía unos
días, o podría
haberlo traído algún perro de la vecindad, aunque la
casa más próxima
quedada a tres kilómetros. Sólo el espejo era el
testigo mudo de lo
allí acontecido.
Puri
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